Ir al contenido

Ir al índice

La sal del Sahara

La sal del Sahara

La sal del Sahara

LOS postes a la orilla del camino pasan ante nuestros ojos como una exhalación. Son las señales que marcan la ruta cuando el aire se tiñe de oscuridad, cuando las tormentas de arena hacen su aparición aquí, en el desierto del Sahara.

En nuestro vehículo todoterreno, seguimos el mismo camino que por siglos ha recorrido una caravana de camellos, el cual va desde la ciudad de Agadès, en la región central de Níger, hasta más allá de la frontera con Argelia. Nos dirigimos a la aldea de Teguidda-n-Tessoumt, un lugar remoto a 200 kilómetros (120 millas) al noroeste de Agadès. Ahí viven cincuenta familias que, con sus métodos ancestrales, extraen de la arcilla del Sahara un valioso producto: la sal.

Montículos artificiales y charcos de colores

Por el horizonte asoman unos montículos que nos indican que estamos llegando a nuestro destino. El guía detiene el vehículo junto a uno que mide aproximadamente 10 metros (30 pies), y nos conduce a la cima para divisar el poblado. Mientras subimos, nos explica que este y los otros montículos son acumulaciones de los residuos que generan las salinas.

La vista es sorprendente. Todo tiene el color del barro cocido: el suelo, las paredes de las casas, los techos... hasta los cercados son de barro. Destaca únicamente el verde de un par de árboles que vigilan, como centinelas, desde cada extremo del poblado. La monotonía cromática contrasta con los colores pastel de los cientos de charcos de agua salada. El lugar es un hormiguero, donde hombres, mujeres y niños trabajan sin cesar.

Un singular método de extracción

Al ir bajando del montículo, nuestro guía nos habla sobre el antiguo método de extracción de sal que siguen los pobladores. “Hay solo dos clases de charcos —comenta—. Los grandes, que llegan a medir 2 metros (6 pies) de diámetro, sirven para separar el agua salada —o salmuera— de la arcilla, y los pequeños se destinan al proceso de evaporación. El agua de los veinte manantiales de la zona es salobre. Sin embargo, la sal no se extrae del agua, sino de la tierra, y por eso este tipo de extracción es tan singular.” ¿En qué consiste dicho método?

Un hombre deposita tierra en uno de los charcos grandes que está lleno de agua de manantial. Luego pisotea la mezcla, como si estuviera en un lagar. Cuando ve que ya tiene la consistencia adecuada, deja reposar el fango salobre por varias horas. Alrededor hay otros charcos como ese repletos de la misma mezcla. Cada uno tiene su propia tonalidad café, pues todos cambian de color conforme el lodo se asienta en el fondo.

Cerca de ahí, otro hombre utiliza una jícara —la cáscara de una calabaza— para sacar la salmuera de uno de los charcos grandes y vaciarla en los pequeños. Por lo regular, los hombres se encargan de este trabajo y del mantenimiento de los charcos. Algunos de estos son hoyos naturales, y otros han sido excavados en la roca. Cuando es imposible excavar, se levanta manualmente un pequeño muro circular con barro y se compacta dándole golpecitos con un palo. Estos muros se reparan o reconstruyen cada año.

Por otro lado, a las mujeres les toca lo más pesado: suministrar tierra salada para el proceso. También sacan los cristales de sal de los charcos destinados a la evaporación y limpian su fondo por completo, dejándolos listos para la siguiente tanda.

Los niños, por su parte, juegan cerca de los charcos pequeños y al mismo tiempo vigilan el proceso de evaporación. A medida que la salmuera se evapora, aparecen unos cristales de sal en la superficie que forman una corteza que obstruye la evaporación. Por eso, los niños la salpican con agua para que se rompa y los cristales se hundan. De ese modo, la salmuera se sigue evaporando hasta que solo queda la valiosa sal.

¿A qué se debe la hermosa variedad de colores de los charcos? Nuestro guía responde: “Básicamente, hay tres clases de arcilla en esta área, y el agua adquiere la tonalidad de cada una de ellas. Además, los colores varían según la salinidad de la salmuera y las algas que crezcan en los charcos”. Nosotros también notamos que los tonos y colores varían conforme va cambiando el ángulo de reflexión de los rayos del Sol.

Moneda de cambio

En la aldea, las mujeres transforman la sal húmeda en una especie de tortas, que dejan secar al sol del desierto. Como la sal no se refina, dichas tortas conservan la tonalidad del barro. Nos llama la atención que las moldean de tres formas: ovalada, circular y triangular. Una mujer nos explica que las ovaladas y circulares son para vender, y las triangulares para regalar.

¿A quién venden la sal? A los nómadas y comerciantes salineros que pasan por Teguidda-n-Tessoumt para intercambiarla por comida y otros artículos. Pero la mayor parte de esta sal acabará en los mercados de poblaciones más grandes, en las inmediaciones del desierto. Lo más probable es que no se destine al consumo humano, sino que se utilice como suplemento alimenticio para animales domésticos.

De camino hacia nuestro vehículo observamos a un hombre sacando los residuos de arcilla de uno de los charcos grandes. Después los acarreará hasta las áreas de vertido y arrojará su pequeña contribución en uno de los montículos. Mientras nos alejamos, reflexionamos en cómo estos montículos constituyen un testimonio de las generaciones de buscadores de sal que han vivido, trabajado y perecido en Teguidda-n-Tessoumt. (Colaboración.)

[Comentario de la página 22]

“La sal no se extrae del agua, sino de la tierra, y por eso este tipo de extracción es tan singular”

[Mapa de la página 21]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

SAHARA

NÍGER

Agadès

Teguidda-n-Tessoumt

[Reconocimiento]

Mapa basado en NASA/Visible Earth imagery

[Ilustración de la página 23]

Extrayendo la valiosa sal de la arcilla del Sahara

[Reconocimiento]

© Victor Englebert

[Ilustración de la página 23]

Los coloridos charcos destinados al proceso de evaporación

[Reconocimiento]

© Ioseba Egibar/age fotostock

[Ilustración de la página 23]

Las tortas de sal se secan bajo el ardiente sol